
Es curioso que una banda de éxito vaya a la capital de un país y que ésta apenas se haga eco de ello. Es curioso que un grupo de música que lleva casi 15 años llenando salas con decenas de miles de personas, que cuenta con una línea de músicos de primer nivel, que tienen casi 200.000 oyentes mensuales en Spotify y millones de reproducciones en varios temas, vayan a la capital de su país y que no se anuncie en periódicos locales o en la televisión de la Comunidad, Telemadrid. Es curioso, hasta que te acuerdas de que este grupo, Blaumut, hace música en catalán, y que, por desgracia, hay personas que anteponen sus intereses políticos al arte, la cultura y al respeto a la libre elección de idioma.
El pasado 18 de marzo, el grupo catalán Blaumut consiguió lo impensable en estos días: conquistó Madrid con lírica catalana. ¿Quién iba a pensar que eso era posible en un 2025 en el que la palabra «libertad» está en tantas bocas que ha acabado perdiendo su significado? ¿Cuántas veces se ha visto en la televisión, en las radios o en concursos a artistas cantando en catalán, euskera o gallego y se les ha exigido que canten en castellano o que se queden en su tierra? A veces se olvidan de que el arte, la música y la cultura no tienen un idioma propio, y también se les olvida que los madrileños somos igual de merecedores que el resto de la Península de disfrutar en directo de una de las bandas mejor preparadas que tenemos en nuestro país. Viva la buena música, viva el catalán, viva Blaumut y qué pesaditos con la falsa «libertad» de la que se suelen abanderar ciertos personajuchos.
Así, los catalanes -perdonad la insistencia, pero en este caso el gentilicio sí nos parece importante- se presentaron en la sala Villanos, antiguamente conocida como la sala Caracol, para desplegar un arsenal de canciones con las que intentarían robarle el corazón a un público que no se hizo mucho de rogar. La verdad sea dicha: era misión fácil porque todos los que estaban allí sabían a lo que iban, y es que desde el primer tema, Miopía, ya se intuía que las próximas dos horas serían de total goce y disfrute.
No hubo mucha sorpresa porque, como hemos dicho antes, la gente sabía a lo que iba, pero sí es cierto que en un momento dado al violinista, Vassil Lambrinov, se le rompió una de las piezas de su instrumento. No pasa nada, «Show Must Go On». Hizo un par de bromas, habló un poco con el público, comentó que no era la primera vez que le pasaba y, como buenos profesionales que son tanto él como sus compañeros, siguieron haciendo lo suyo: tocar en vivo. Es curiosa la sintonía que hay entre instrumentos aparentemente tan distintos, como el violín o el violonchelo con la batería o la guitarra elécrtica. Pues no, no desentonaba. Igual que con todo en esta vida, incluidos los idiomas, incluso lo que aparentemente es diferente puede convivir si uno tiene amor y respeto hacia lo que hace y hacia los demás.
Tocaron varios sencillos del álbum que vinieron a presentar, Abisme, aunque no faltó ninguno de sus clásicos, así que todo el mundo quedó contento con el setlist, tanto quienes les siguen desde sus inicios como los que se han ido incorporando por el camino; tanto es así, que todos ellos, fueran «nuevos» o «antiguos», se unieron en una sola voz para pedirle al quinteto que tocasen más canciones cuando parecía que todo había terminado, y, cómo no, así fue. La traca final llegó con «Trajectes«, «El Primer Arbre» y la emblemática «Bicicletes».
El próximo viernes 11 de abril estarán en la sala Azkena de Bilbao, y, sinceramente, es un concierto totalmente obligatorio, y no porque lo diga yo, es que a las pruebas me remito: quien conquista a los madrileños cantando en catalán, hay que verlos sí o sí.